Homilías    
 
 

El padre misericordioso

Domingo 16/sep/2001                                  

 

Exodo 32, 7-11, 13-14
Salmo 50, 3-4, 12-13, 17, 19
Timoteo 1, 12-17
Lucas 15, 1-32

 

Mis hermanos, frente a los terribles y trágicos acontecimientos que conmueven al mundo entero... ... ... que en la explicación de esta parábola están los signos de los tiempos que nos toca vivir.

 

Y para ello, para podernos ver bien cuál es el presente, cuál es el futuro, hurgar un poco en el pasado.

 

El mundo también se había apartado de Dios.

 

El problema es este mundo actual moderno cuándo comienza, cuándo evoluciona y cuál es la realidad actual.

 

Y todos sabemos que el hijo pródigo se cansó de la casa del padre, se aburrió. Todo igual, los ritos iguales, las ceremonias iguales, de la mañana a la noche, y se aburrió. Entonces, quiso abandonar la casa del padre.

 

Si tomamos el mundo actual a su descendencia así, del esclarecimiento de su pensamiento y su sentir, podemos partir desde el Renacimiento.

 

En el Renacimiento también existe una especie de adolescencia pretendida de la Humanidad.

Se conservó en cierto sentido el pensamiento de la vida. Por eso las expresiones artísticas o literarias del pensamiento, eh, qué tenían, un foco cristiano pero una estructura pagana. Renacer, volver al ante-cristianismo, al paganismo viejo, romano.

 

Luego, después las voces ya disonantes que se presentaban los intentos de reforma, fuera, así, del sentido del Evangelio.    (Quickle, Espósito, Kooks(Nombres de tres autores), la Boheme)  *Copiado fonéticamente)

 

Y luego se cristaliza en la negación de Pedro. 1517, la reforma llamada protestante.

 

Tenían en cierto sentido sus razones, pero la razón de la unidad de la Iglesia, pesaba sobre todo ello.

 

Cuál es el primer paso, cuatro fases, eh. Y esta primera fase del hijo pródigo que se va de la casa del padre tiene cuatro momentos también.

 

Primera fase: abandono de la casa del padre. Se rompe... ... ... que tiene la religión cristiana: sus hombres. Son hombres pecadores, son también tan frágiles, y entonces, el fondo de la proclama, del pensamiento de todos qué era:
“No necesitamos intermediarios entre Cristo y nosotros”.

 

Y nace un cristianismo sin Pedro. Un cristianismo sin mediadores.
Cristodolo sintado en Cristo. Año 1517. Hago síntesis, nada más.

 

Dos siglos después, olvidándose los mismos cristianos que Jesús había dicho:

 

“Quien a vosotros recibe, me recibe a mi”, “Quien a vosotros desprecia, me desprecia a mi”. 1717, coincidente con la proclamación de la Logia de Londres: el modernismo, ya convertido en racionalismo:
“No necesitamos un intermediario entre Dios y nosotros”. Ya no era entre Cristo y nosotros: entre Dios y nosotros. Y nació el deísmo, el teosofismo, nació qué, el racionalismo, cuyo personaje principal fue Emanuel Kant:
“No podemos razonar lo que está sobre la razón”, y entonces todo eso qué es: mitología. La religión revelada, el Evangelio, es mitología. Y se vuelve a la mitología pagana.

 

En medio de todo ésto, a fines del siglo XVIII, el gran personaje: Nietzsche, que escribe “Así hablaba Zaratustra” . “Ÿo nací para eliminar a Cristo”. Era el libro de consulta que tenía Adolfo Hitler en su mesa de luz.

 

Dos siglos después, olvidándose los cristianos y ya los hombres el racionalista que ya casi cae en el agnosticismo, la tremenda duda, entonces el abandono es definitivo. Otro alemán Carlos Marx en 1917 dice: “No pueden coexistir la idea de Dios y la justicia en el mundo. Mientras exista Dios, habrá hambre”. Entonces nacen los sin dios en distintas formas y expresiones. No todo era malo, como en todas las proclamas anteriores. Pero siempre estaba la negación de lo esencial.

 

Se fue el hijo de la casa del padre y cayó en la miseria: segunda fase.

 

Primero el abandono progresivo y los hombres de la Iglesia, de Cristo, ahora de Dios y ahora empieza qué, la miseria, gastó, se gastó todo, todo el caudal de la revelación cristiana, de la influencia cristiana, malgastado, y comienza la miseria. Una miseria primero más profunda, que es la angustia de la nada. Al caer en el total agnosticismo y la total descreencia, los sin dios descubrieron que la muerte era la reina, el fin de todo, el nihilismo. Y entonces la angustia entre el ser y la nada. Porque la respuesta no era total de la nada. Siempre quedaba la duda del ser. Y así es que dice Heidegger repitiendo lo de Cicerón: “Si no seré, no soy ya nada ahora”. Y navegaron entre la nada. Y nacieron las enfermedades mentales. Y abundaron los psicólogos y los psiquiatras. Este es el tema. Y a esa miseria espiritual, la corporal, la guerra.

 

Qué tenemos ahora, guerras, insidias, divisiones, fundamentalismos totalmente negativos del hombre. La sinrazón del ser de las cosas y de los acontecimientos. Parecería que la nada se impusiera definitivamente en el mundo.

 

Y sin embargo, tercera fase, se levanta el pródigo, eh, el hijo en la miseria: “Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan y yo me muero de hambre terrible”. Y entonces se levanta y vuelve.

 

¿Será el momento?  Pero hay un enemigo, cuarta fase. Hay una dificultad tremenda. El hijo vuelve a la casa del padre, el padre lo celebra, hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve que están convertidos. Porque no hay justos en el mundo. Solamente Dios es justo. Y el que se cree justo ya no lo es. Y entonces qué pasa, cuál es el obstáculo: la desunión de los cristianos. El creerse, las sectas, los privilegios, este mismo movimiento fundamentalista. Por qué, porque hay una apropiación exclusiva, pretendida de la verdad y de la justicia, y por lo tanto imposible que subsista el Amor.

 

Este es el momento. Creo que hemos llegado al fondo de la prueba, en la miseria.
Más no se puede pedir, quizás estamos saturados psicológicamente, económicamente, políticamente, jurídicamente también, porque nace un derecho sin derechos. Y qué. Entonces es cuestión de ver los signos de los tiempos. Porque avizorar así lo que viene, es el Dios que viene siempre. Y es entonces cuando punzamos nuestro corazón de fe o la fe de nuestro corazón y escuchamos la palabra de Jesús: ”No tengan miedo. Yo he vencido al mundo”.

 

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