Homilías    
 
 

Necesidad del desprendimiento

PADRE HORACIO

 

Domingo 09/SEP/01                                

 

Sabiduría

Salmo 89
Filemón
Lucas 14, 25-33

 

Necesidad del desprendimiento.

Mis hermanos, la Santa Misa implica un proceso de transformación de la muerte a la vida. Por eso ponemos en ella nuestras intenciones más íntimas y sinceras.

 

En esta misa vamos a poner especialmente la intención por la Paz y por el encuentro de todos sus seres queridos, del Sr. José Adolfo Prémoli, vinculado a este Instituto Educacional Fátima.

 

El Señor nos pide en el Evangelio que lo amemos, es decir que nos adhiramos a El más que a nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos, más que a nuestra propia vida.

 

Por un lado eso, y por otro lado, quien se adhiere a Jesucristo y lo encuentra y lo elige, aún aquéllos que hemos nacido casi en el Cristianismo, pero que en la madurez de la fe y de la libertad de la fe, un día, iluminados por Él nos adherimos a Él y, sin embargo, cada vez que lo recibimos somos más hermanos. Más hermanos entre los esposos, entre los padres y los hijos, entre los hermanos, entre los amigos, más hermanos. ¿Y qué es entonces ésto? Ésto es la libertad de creer. Y necesario porque el ser humano es un ser razonable y tiene que luchar en este torrente de vida que supera la muerte porque la traspasa ya desde ahora, no simplemente como una espera, que no es lo mismo que esperanza. Traspasa la muerte. ¿Qué es ese encuentro libremente elegido que el hombre tiene como responsabilidad al ser un ser racional? Adherirse a Jesucristo. Pues quién, y aquí está el tema precisamente de no caer en la costumbre de creer. Y en una visión superficial que no implique todas las alternativas y peligros de la vida, de la enfermedad, del dolor, de la misma muerte. Porque sino, no hemos llegado al corazón de Él. No somos capaces de sentir como Él siente, de pensar como Él piensa, y ésa es la fe en Jesucristo, es adherirse a Él, pero en una forma tal que todas las otras adhesiones, como decía anteriormente, resulten más profundas. No estén sujetas a la viabilidad de los tiempos, ni al cambio de las circunstancias, ni a la misma muerte. Es decir: ser tan profundos en el querer, por la libertad del creer. Este es un tema que lógicamente tiene señales inequívocas de la libertad del creer. Porque a veces somos seres de costumbres, el hombre es un animal de costumbres y se adhiere a eso y está con una necesidad en esa comunicación que tiene con el medio ambiente y consigo mismo. Esa rutina permanente de la noche al día, del día a la noche, de los años, de las tardes y los tiempos, lo van condicionando. Pero hay otro tema que surge de adentro: la libertad en no ser condicionado, en elegir y vivirlo como si fuera la primera vez. Esto es un tema, precisamente que no nos ata simplemente a determinadas devociones ni ritos ni formas. Podemos hacerlo, pero cada vez que se hace como cuando se reza el Santo Rosario y se repiten tantos Ave Marías y tantos Padrenuestros, lo hacemos gustando, y el que lo gusta y lo siente nunca repite. Como el esposo que dice a la esposa “te quiero”. Nunca se repite. Como el hijo que le dice al padre “confío en ti”, “creo en ti”, nunca lo repite; siempre es nuevo, porque siempre lo dice con libertad y la libertad está basada en la verdad, y la verdad trae el Amor.

 

Las señales inequívocas de que nuestra adhesión a Jesucristo es libre, son tres.

 

Una es esa continuidad de la fe basada en el testimonio de su palabra: su Evangelio. El Evangelio que se perpetúa a través del testimonio de los que nos lo dieron: los Apóstoles, los sucesores de los apóstoles. Aquéllos que explican el Evangelio adaptándolo a las necesidades de los tiempos, a los cambios de los tiempos, de las razas, de las lenguas, las costumbres. Y siempre el mismo. Aún en los momentos de gran persecución, quizás encubiertos, como narra el libro ese del obispo perseguido en Viet-Nam, Nguyen Van Thuan, veinte años en la cárcel y sin embargo tenía en papeles que le hacían llegar escritos, escondido el Evangelio bajo la tierra, y era el mismo Evangelio que estamos ahora leyendo, que estamos rezando, que estamos recibiendo. La perpetuación del Evangelio a través de qué: del Magisterio de la Iglesia. Señal inequívoca de continuidad en la adhesión a Jesucristo. Y qué es. Y, es el que te va a llenar los oídos y el alma cuando no puedas pronunciar nada y te lleguen a través, si es que tienes la Gracia que te asistan, y si no, el Espíritu Santo que te va a soplar. Porque claro, no tenemos el testimonio de que se ha muerto en la fe, pero sabemos que la fe no muere y que en los momentos más difíciles está en nuestras almas viva y que se hace presente porque es persona, porque siempre habla, y sigue hablando y sigue testimoniando.

 

El segundo elemento que testimonia la fe es la convergencia de nuestra devoción interior, hacia qué, hacia el Dios Trino y Uno: La fuente de todas devociones, de todas consideraciones y de todas meditaciones. Fuente y Término.

 

Es el Padre, es el Hijo, es el Espíritu Santo. Quien, en su devoción personal, no ha actualizado este tema, analice su fe. Si es la fe en Jesucristo, “Ÿo y el Padre somos la misma cosa”.  “Yo vengo a dar testimonio del Padre”, nos dice Él. “Yo les envío el Espíritu Santo, que es mi Espíritu, que os revelará todo”. De manera que, por qué este tema, porque el Espíritu sigue, insuflando. ¿Y qué insufla?, Quién soy, cómo soy. Cuál es el último descanso, para siempre. La última felicidad de qué espera, si no es ésta, que es la misma de la vida de Dios, que es lo único que nos salva de las consecuencias de la muerte y ya se anticipa ahora, en esa fe.

 

Y tercero, qué. La comunión entre los hermanos y con los hombres de todas las razas. La aceptación de las diferencias, de las divergencias, de las contradicciones, eh, de las traiciones, de sentirse herido injustamente. Y precisamente por qué, porque pone a nuestra disposición para que seamos capaces de hacerlo su propio corazón. Por eso heredamos su sentimiento que en la misa se transforma precisamente en el pan y en el vino para que podamos recibirlo, sino sería imposible recibirlo así corporalmente, para que lo sientas también en forma material, eh. Por eso al principio, cada vez que uno lo recibe es más hermano de los hermanos. Precisamente, en la oración que hemos dicho ahora, que por la fe en Jesucristo tengamos la libertad interior y la posesión definitiva del bien. Esto está al principio y al fin de la vida y en el intermedio. Si somos capaces de relacionar lo que recibimos aún con la herencia de la fe, a lo que nos será definitivo a través de ese Señor Jesús, Él alegrará todos los días de nuestra vida.

 

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